Hemos ido viendo en anteriores entradas, que la ética se ocupa de mejorar como decisor: mejoro cuando, consciente y voluntariamente, hago lo que pienso que es bueno, aunque me suponga un esfuerzo. Así, voy habituándome a actuar bien, y cuando veo que me equivoqué, intentaré corregir, aunque me suponga un esfuerzo.
Así, mejoro como decisor, y decidiendo mejor, lograré mejores satisfacciones e iré siendo más feliz en el proceso, en la medida que de mi dependa.
Ya sabemos: antes de actuar, pensar. Siempre es inmoral hacer algo cuando pienso que es malo hacerlo; aun cuando luego resulte que estaba equivocado. Es inmoral actuar a tontas y a locas. Error moral, inmoralidad significa que me deterioro como decisor; aun cuando haya podido resultar acertado desde otros puntos de vista: económico, sociológico, jurídico, etc.
Es imprescindible aprender a pensar bien las decisiones. Pero no es suficiente.
Todos tenemos experiencia de que a veces prefiero no pensar, no quiero saber; no quiero ir al médico porque prefiero no saber; o no quiero oír nada de “ética o moral”, ni nada parecido. Y otras sí sé perfectamente lo que conviene hacer, pero no me da la gana. Y otras sí quiero o, mejor dicho, sí querría, pero flaqueo y finalmente no lo hago.
A la dificultad de saber qué me conviene se añade otra que encontramos dentro de nosotros mismos: la fisura entre lo que pienso que es bueno hacer y lo que quiero hacer.
Para actuar bien primero hay que descubrirlo y eso significa haber aprendido a pensar bien. Pero siendo necesario resulta insuficiente: además, hay que quererlo, pues de lo contrario no lo haré; punto.
Hay que aprender a querer el bien. Y este segundo ingrediente no es de naturaleza cognosticitiva sino motivacional.
Mejorar como decisor involucra ambas cosas: aprender a pensar y a querer. Entiendase que significa aprendizaje positivo, no aprendizaje negativo, que significaria tener cada vez menos claridad en la cabeza y en la voluntad.
La ética enseña que el logro de la felicidad requiere la mejora en libertad, que requiere mejorar en un plano cognoscitivo y en un plano motivacional. No puede dejarse de lado ninguna de esas dos dimensiones humanas.
Para terminar, apuntaré brevemente a la diferencia entre querer y desear, aquello que me atrae. Y la que se da también entre lo-que-quiero y lo que-quisiera-querer; y la diferencia lo que me-convendría-querer.
A veces se dice que ser libre es hacer lo que me da la gana. Pero si uno lo piensa un poco más: ¿ser libre es hacer lo que me apetece, hacer lo que deseo o lo que quiero? ¿es hacer lo que quiero o lo que quisiera querer? O, mejor ¿no es ser libre hacer lo que realmente me convendría querer?
Crecer en libertad entraña ir descubriendo qué me conviene querer, y aprender a quererlo de manera eficaz.
El crecimiento ético pasa por ahí.
[Publicado en Periódico Mercadonegro, nº 78, agosto de 2019]