Dios creó al hombre para que trabajara, dice el Génesis. Y lo dice antes de que tuviera lugar el Pecado Original. El trabajo no es un castigo divino, es la misión de las personas.
Pero ¿qué es el trabajo? No es simple “chamba” que dicen en Perú, o “curro” en España. Tampoco es “empleo”: hay gente que trabaja muchísimo y carece de un empleo: pensemos en amas de casa, autónomos, microempresarios, etc.
Leonardo Polo decía que el hombre es un perfeccionador que se perfecciona. Trabajar es contribuir a que las cosas estén mejor. Dios dejó la creación, digamos, a medio hacer. Y creó al hombre para que contribuyera a mejorarla Si hubiera hecho un mundo “perfecto” nosotros no tendríamos nada que aportar. De modo que es perfecto que el mundo no sea perfecto.
Trabajar es cumplir la propia misión en la vida. Por ello, nadie está exento. En este sentido, también los tiempos de descanso, incluso el sueño, son trabajo.
Perfeccionador: contribuye a que las cosas mejoren (sentido objetivo del trabajo). Que se perfecciona: puede mejorar con ocasión del trabajo (sentido subjetivo). Son ambos aspectos importantes.
El primero sale hacia fuera; el segundo deja huella en el trabajador. Los cristianos entendemos que el trabajo, para muchos es camino de santidad. Nos santificamos trabajando. Jesucristo fue trabajador, como San José, cuya fiesta celebramos hoy.
A veces trabajar consiste en buscar empleo. Muchas veces una parte importante del trabajo es cumplir con un empleo. Es dramático cuando alguien no encuentra cómo ganarse la vida. Hay que agradecer a todos los que con su ingenio e iniciativa generan empleo. Dar trabajo es un gran trabajo.
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