A veces estoy equivocado sobre lo que es bueno o malo, y resulta que era bueno lo que yo creía malo, o viceversa: lo que subjetivamente consideraba bueno, o malo, no se correspondía con lo que objetivamente lo era. Esa equivocación puede acarrear diversas consecuencias, unas desafortunadas –me sienta mal un almuerzo, llego tarde…–, otras afortunadas –me salvo de un entuerto, me sale más barato de lo pensado, etc.–. Desde el punto de vista ético estas consecuencias son de importancia pero importancia secundaria.
Desde el punto de vista ético, lo más importante es que me hago malo cuando voluntariamente hago lo que a mi me consta, subjetivamente, que es malo hacer; aun cuando resulte que objetivamente no es malo eso que yo veo malo. Me hago malo porque estoy libremente optando por lo que yo veo malo. Me estoy eligiendo a mi mismo como alguien que conduce su vida optando por lo que no es bueno. Recordemos que cuando digo libremente quiero decir, consciente y voluntariamente.
Dicho de otro modo, nadie se hace malo si no es él mismo el que libremente se va haciendo malo, con la voluntaria y consciente toma de decisiones que él mismo considera malas. Y de manera similar quien se va haciendo bueno. No son los demás, ni las circunstancias las que me hacen mejor o peor decisor. Eso de que “el mundo me ha hecho así” es una excusa, un falso consuelo. Uno va configurando su modo de decidir según la huella positiva o negativa de sus libres decisiones.
Claro está que una golondrina no hace verano. Hay microdecisiones y macrodecisiones. La vida ordinariamente no se juega a una sola carta; o eso no es lo ordinario al menos. La vida es una narrativa, una aventura de final incierto y nos la vamos jugando en el día a día.
Segundo punto. Por bueno o malo, me refiero a buen o mal decisor, conductor de la propia vida, tomador de decisiones. No es exactamente lo mismo que cuando decimos esa persona es buena, o esa persona es mala. Sí tiene que ver, desde luego. Decimos de una persona que es mala cuando pensamos que hace cosas malas. Y al revés de quien pensamos que es buena persona. El arból bueno da buenos frutos.
Pero hay un matiz importante. Una persona “mala” se va corrigiendo si empieza a tomar buenas decisiones; no cuando objetivamente hace cosas buenas, sino cuando va evitando lo que ella, subjetivamente, considera malo, y tratando de hacer lo que, también subjetivamente, considera bueno. Y una buena persona se deteriora cuando cede a lo que considera, también subjetivamente, malo.
Uno mejora o empeora según elige lo que subjetivamente uno ve bueno o malo. Si está equivocado o no, objetivamente hablando, es otra cuestión.