Revista Stakeholders, año 5, edición 33, p. 8. 2011
El ideal de la lógica de solución de problemas es que cada problema sea resuelto por quien lo tiene. Para ello, hay que poder, hay que saber y hay que querer. Es a lo que aspiran, por ejemplo, unos papas en lo referido a la necesidad de alimentarse de su hijo. Que llegue un momento en que su hijo quiera, sepa y pueda alimentarse bien sin necesitar ayuda de ellos. Mientras tanto hay que ocuparse, pero tratando de que se vaya acercando el momento en que ya no sea necesaria su atención.
En las empresas ocurre lo mismo. Es la lógica del empoderamiento. El jefe es preciso como ayuda para que los subordinados puedan, sepan y quieran resolver, cada uno, los problemas, que cada uno vaya encontrando, y/o cuando sea preciso una coordinación, para evitar al menos que lo que uno hace se convierta en obstáculo para otros, etc.
Lo mismo, en una sociedad. Es el principio de subsidiariedad, o empoderamiento. Lo mejor es que los problemas se resuelvan allá donde surgen, y por las personas o grupos humanos que los enfrentan: familias, comunidades, asociaciones, municipios, etc. Solo debe intervenir la comunidad cuando, por la razón que sea, la familia no resuelve. Y solo debe intervenir el gobierno nacional cuando el provincial, o una instancia más cercana falla, etc., y así sucesivamente. No es bueno que una organización más alejada, enfrente un problema más local, salvo cuando no quede más remedio. Y es bueno que lo haga subsidiariamente, es decir, tratando de hacerse prescindible, cuanto antes, es decir, ayudando a que la instancia más cercana, pueda, sepa y quiera resolverlo. El criterio clave es el aprendizaje que se suscita.
Hay muchas razones para ello. Indicaré solo dos: una, que los problemas se resuelven mejor cuando se conocen mejor, y la cercanía muchas veces ayuda; dos, que las personas han de desarrollarse, y ¿qué mejor desarrollo que adquirir el poder, aprender a usarlo bien, y querer aplicarlo solidariamente para contribuir a resolver libremente problemas propios y ajenos?
El estado actúa responsablemente cuando funge de relojero y no de reloj. El Estado actúa bien cuando fomenta al máximo que los ciudadanos tomen la iniciativa, se empoderen, se organicen de mil variadas para resolver bien los diversos problemas, y coordinen con los vecinos. El estado es relojero que debe cuidar de que haya más relojes bien afinados.
Las empresas –también las asociaciones, familias– actúan responsablemente cuando enfrentan y resuelven los problemas con los que se van encontrando, y piden ayuda a la instancia “superior”, por excepción, sin caer en el error contrario: pensar que es el estado el que debe encargarse de la infraestructura, del cuidado del medio ambiente, de la educación, por ejemplo, y que solo debe ocuparse una instancia más cercana, hasta que el estado, cuanto antes, tome el mando.
El estado es necesario, pero en su justa medida. Ni mucho estado ni poco, sino el que convenga. La solución no se alcanza con ninguna norma o reglamento, que siempre es mejorable bien por exceso, bien por defecto. El mundo no se cambia –a mejor– con modelos sino con buenas decisiones, y para tomarlas es preciso gobernantes con buena intención y con buen criterio.
Una educación buena es más importante que otras consideraciones secundarias. Hay que repensar a fondo los conceptos de público y privado, de estatal y de no estatal, de tal o cual gestión. En mi opinión resultan defectuosos hoy en día.